Otra vez frío. Otra vez sueño. Otra vez cansancio. Otra vez deberes y otra vez... no verte, ni tenerte, ni tocarte, ni mirarte.
Me moría por ir a darle un abrazo, me moría por empezar a comérmelo y no dejar rastro de él. Me moría por empezar a besarle la cara e ir bajando hasta el cuello, me moría por él. Y le hubiera acariciado el pelo como él habría hecho tantas veces... Llegué, le sonreí y giré la cara. Le hubiera dicho que en todo este tiempo no había pasado ni un solo segundo que no lo hubiera echado de menos, ni una sola noche en la que no soñara con él, ni una canción que no me recordará a él... pero sí, me limité a sonreír. ¿Como estás, amor? le hubiera preguntado. Pero sí, repito, me limité a sonreír.
Por encima de todas las cosas yo hubiera dado mi vida tantas veces por él que me faltan números para poder contarlas... Por encima de todas las cosas me estanqué en un momento de mi vida y pensaba no salir de ese momento hasta que terminara de derrumbarme del todo. Pero salí, no sé como, pero salí. Y lo quise. Y moría por él... y me cansé de explicar a la gente mis motivos de estar tan enamorada de alguien. Aparte de echar de menos y de no poder querer más a una persona aprendí a que hay que dar sin esperar nunca nada a cambio, porque cuando recibas... será más emocionante. Aprendí a que no le puedes decir mi vida, ni mi amor, ni cariño a alguien que no abrazas mínimo una vez a la semana. Me di cuenta de que si hubiera encontrado una posibilidad entre mil millones de volver al pasado, no hubiera encontrado la forma de volver al presente. Pero sobre todo los todos, que para olvidar a alguien no hace falta odiarlo, ni llorar por él, ni enrabietarte, si no pensar y mentalizarte de que los días pasan, amanecen y anochecen. Que ahora hace frío pero vendrá el calor, y que cuando se vaya el calor volverá el frío... y que por esta regla de tres, la malas rachas, también pasan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario