Capítulo 1 - Pesadilla
Mi cuerpo, mi mente y mis sentimientos habían dejado de ser míos. Mis ganas de escapar se habían rendido a un sentimiento de pasividad y mis ganas de vivir se habían convertido en la búsqueda de la muerte.
Había buscado tantas veces la forma de salir, que sabía perfectamente los pasos que debía de dar, los centímetros exactos que debía recorrer para llegar a esa puerta. En un principio intenté abrirla o romperla, pero aunque hubiese usado todas mis fuerzas, esa puerta de metal cristalizado no se abriría. Cada día me levantaba del suelo y lo primero que hacía era intentarlo, aunque ya no me quedaran fuerzas ni tampoco aplomo.
Había olvidado la luz y mis ojos se acostumbraron a la fría oscuridad, me acordé de cuando no veía nada y cuando empecé a ver siluetas, formas, colores e incluso una pequeña luz en los objetos.
No encontraba mi voz, me olvidé de ella, y tras unos cuantos palitos dibujados en la pared, también perdí mis pensamientos.
Había perdido la cuenta de cuantos días llevaba allí, tan solo dormía, intentando irme a otra realidad que no fuera la mía, mis sueños se convertían en esa realidad. Y tan solo por eso vivía.
Mis sentidos eran distintos. Pasé de ver a no ver. De sentir, de palpar, de escuchar cualquier ruido por pequeño que fuese, de oler, y de volver a ver.
Sabía que pasaba un día porque todos los días a una hora determinada se oía un chasquido y de un pequeño agujero en el medio del techo empezaba a salir muchísima agua, a veces fría y otras veces muy caliente, me recordaba a la lluvia, y a que existía un mundo fuera.
Mi pelo había llevado un lento proceso cambio del rojo al gris, mis puntas naranjas me llegaban por la rodilla y lo que antes fuera liso se había convertido en algo difícil de tocar.
Veía mis venas y mis huesos se empezaban a entrever detrás de la piel. Todos los días comía lo mismo. Se abría un agujero en la pared y salía un plato de pasta a la carbonara con una manzana, un vaso con agua, y una lata de Coca cola medio vacía. A veces se abría dos veces seguidas y me traía dos platos así, y había días que esa especie de agujero no se abría. Sabía que había sido mi plato preferido alguna vez, pero lo que más sabía es que ahora lo odiaba con todas mis fuerzas. Aún así no le encontraba sentido a la Coca cola ni a la manzana. Llegué a pensar que le había robado una Coca cola a alguien y por ello me hacía esto, no le encontraba otra explicación. Al cabo del tiempo sé que me acabé cansando y dejé de pensar en por qué estaba allí y que qué había hecho.
Había examinado la habitación en la que me encontraba y sabía que era cuadrada, de unos 5 metros cuadrados, con una puerta en un lado, la especie de ventanita de la comida en otro, y una cama pequeña con un gran oso de peluche en una de las esquinas. Las paredes eran de madera y el suelo tenía baldosas negras y blancas, como un tablero de ajedrez.
Había intentado gritar, romper platos, pegar a la puerta, seguir gritando… Pero lo único que conseguí es que me cambiasen los platos normales a platos de plástico.
Había contado los palitos de la pared y sabía que llevaba más de cinco años, pero dejé de contar.
Me había rendido por completo a lo que pasaría después y no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para despertarme de esa pesadilla.